El proyecto estaba lleno de
retos. Uno de los más importantes era determinar a qué altitud volaría el
aparato, así que se debieron aceptar algunos compromisos durante todo el
proceso.
Un avión muy resistente sería demasiado pesado. Si era muy eficaz a una
determinada velocidad, tal vez fuera imposible hacerlo volar a otra velocidad
diferente. Incluso las regulaciones de seguridad aérea resultaban inadecuadas
para tratar todas las situaciones que se podían producir al utilizar un
transporte de pasajeros supersónico.
En algo menos de seis años de
pruebas se presentaron numerosos obstáculos políticos, medioambientales,
técnicos y económicos que, aunque resultó difícil, finalmente todos ellos
fueron superados con éxito por el equipo del Concorde, que produjo uno de los
mejores aviones del mundo.
Se desarrollaron nuevas y avanzadas tecnologías que tuvieron su impacto en
otros sectores de la ingeniería. Por ejemplo, el sistema antibloqueo de frenos
del automóvil ABS, así como también los frenos de carbono, mucho más potentes y
fiables que los convencionales; los cristales templados, hoy en día presentes
en todos los parabrisas modernos; los sistemas de regulación electrónica de
los motores a reacción, entre otras novedades.
Con unas cuantas excepciones que
duraron poco (Braniff y Singapore Airlines por ejemplo), el Concorde sólo vuela
en Air France y British Airways, y de los catorce aparatos que salieron de la
línea de montaje, tan sólo se perdió en un accidente uno de ellos, el F-BTSC;
otro se desguazó en 1995, el F-BVFD, y los otros doce han cumplido fielmente su labor de transporte aéreo,
tanto para las líneas aéreas francesas como para las británicas.
Braniff por ejemplo firmó un acuerdo por el cual la ruta Londres-Washington y
París-Washington se extendería hasta Dallas. Cuando los aviones franceses o
británicos llegaba a Washington, azafatas de Braniff International abordaban los
supersónicos y se hacían cargo del resto del viaje. Un detalle consistía en
modificar las matrículas para ponerlas de acuerdo con el modelo estadounidense.
Por ejemplo, el actual Concorde G-BOAB inglés operaba con la matrícula G-N94AB
para British Airways y N94AB para Braniff. A pesar de que los trayectos entre
Washington y Dallas se realizaban en subsónico y que incluso así Braniff recortaba en 20 minutos los vuelos respecto a los
demás aviones convencionales, lo cierto fue que cuando aumentó el precio del
queroseno tuvo que anularse la ruta ya que producía más pérdidas que
beneficios.
El Concorde F-BVFA vuelve a París después de
un vuelo transatlántico a velocidad supersónica.
El otro ejemplo fue Singapore Airlines. En esta ocasión, el avión G-BOAD se
llegó a pintar por el lado de babor con los colores de Singapore Airlines y por
el de estribor con los de British Airways. La ruta tuvo varios problemas de
explotación, en parte dado que Malasia no aprobaba el sobrevuelo de su
territorio con el Concorde. La ruta se abrió y cerró varias veces, aunque como
en el caso de Braniff, el elevado precio de los pasajes, la escasa capacidad del
avión y la enorme cantidad de queroseno que quemaban los Olympus llevó a que
se cerrara definitivamente. También British Airways tenía en mente rutas hasta
Australia, pero al ver que no pudo mantener su ruta de Singapur, decidió
abortar sus planes. Poco a poco se fueron suspendiendo el resto de rutas
supersónicas hasta quedar tan sólo las de Nueva York - París y Nueva York -
Londres.
Aunque poco tiempo después, Air France y British Airways descubrieron una
enorme fuente de ingresos con el Concorde: los vuelos charter alrededor del
mundo. Aunque, después del accidente, sólo prevalecerán las rutas anteriormente mencionadas,
la ruta británica
Londres - Lisboa - Barbados y algunos vuelos charter de caracter aislado.